Samanta, el trascender de las sombras
Inmaculada Díaz CacheiroCarlos A. Ibáñez Giralda
“Una obra no se acaba nunca. Se abandona”. Eso opinaba Miguel Ángel, toscano duro de pelar y aguerrido defensor de su trabajo. Pues esta sensación me ha recorrido durante toda la novela de Inmaculada Díaz Cacheiro, que es una de esas autoras capaz, como decía Flaubert del buen novelista, de ser como Dios, estando en todas partes y que no se le vea en ninguna. A mí me enloquece su uso de idénticos personajes para la composición de novelas tan abiertamente distintas, como unas Meninas de Picasso frente a las originales de Velázquez. Juega, en la primera, la ineludible Yo puedo: entre la razón y el corazón, a contarnos una historia de superación personal de una mujer harta de ser marioneta en manos de lo que la sociedad espera de uno en lugar de tomar las riendas de su propio destino, jugando con elementos como el doppelganger, el realismo mágico o un mecanismo común en esta segunda novela sobre la brillante, aunque insegura a ratos, Samanta: el retrato, afortunadamente aquí no hay Dorian Gray, aunque sí elementos de maldad humana, sin abandonar el trasfondo dickensiano del florecimiento del talento, por muy oculto que lo hayamos escondido, como le pasa a Pipp en Grandes Esperanzas; ni la tiranía en derredor nuestro al estilo de Nabokov, siempre visto en matices, pero sintiéndose hasta retumbar en ambas novelas, en la primera más sutil, como ese abominable Clare Quilty de Lolita; en la segunda terriblemente sajadora, con un personaje merodeador y miserable, como el dictador de Barra Siniestra, que poco aparece, pero siempre está presente.
Y en esta segunda entrega: Samanta, el trascender de las sombras, nos muestra, mientras juega con el lector a quién es quien, esa frase tan del clasicismo griego de que “la belleza nos salvará”. Ésta desenmaraña su yo social frente a esa liberación del yo más personal e íntimo que nos regala en la primera novela.
Samanta es una luchadora y no concibe su vida sin un afán de superación constante, entre su rutina y su deseo de quebrarla; entre números en tablas de Excel y versos medidos, nacidos de eso que sólo los poetas poseen: alma. Y aquí su historia nos muestra rasgos psicológicos, del yo íntimo además del yo social, de todos los personajes aparecidos en la primera historia hasta convertirlo en un thriller en esta segunda obra. Como dijo Bukowski, el final es feliz sólo porque alguien decidió parar de escribir ahí. Pero Inmaculada gira el tornillo y nos cuenta que se puede ser mucho más feliz e inmensamente peor persona. Donde la felicidad le corresponde a la incansable Samanta, aunque debe ganársela, una vez más, a pulso; y la maldad a oscuros personajes de ese pasado que le asaltó hasta centrar su vida y obra en la Manhattan medieval de Toscana: San Gimignano. A veces logra que los aromas y tactos de esa tierra se entremezclen con la lectura, cosa que quiero destacar desde aquí. Pero me obliga, como lector, a pensar en obras pictóricas mucho más barrocas o academicistas que las del último Medievo tan próspero en Florencia y alrededores, Cimabue, Giotto, Piero dela Francesca o Mantegna no aparecen en mi iconografía al leer e hilar ambas novelas y me viene Roberto Ferri y su amor entre Dante y Beatriz, cuando el amor es carnal, y Bruno Vepkhvadze, cuando éste se convierte en ternura y búsqueda de respuestas que la razón nos exige, pero que el corazón pide obviar.
Y, así, entre los grattacieli de San Gimignano, sus moradores y bellezas, amén de su relación íntima con un librero, otro doppelganger para redondear la historia, aparece la fastuosa Florencia, ciudad capaz de provocar hasta un síndrome psíquico por su belleza, que se lo pregunten a Stendhal, y la librería donde su editor español y su editor italiano pretenden presentar su primera novela. Hay países donde no hay que salir en televisión para poder vivir de tus libros, e Inmaculada lo deja apuntado en esta nueva visita al universo de Samanta, quien sigue inmersa en la locura que es vivir, desde la vesania de cómo le asaltó la tragedia de Alessia y Mario, cuando aún Samanta desconocía la frase de Poe de que “no todo el mundo posee el privilegio de estar loco” ni, mucho menos esa de Jim Morrison que resuena en esta segunda novela: “no estoy loco, tan sólo interesado en la libertad”.
Por si fuese poco, nos expone personajes mencionados de soslayo en Yo puedo y nuevos que amalgaman ambas historias y cincelan, aún más, la personalidad de Samanta, quien parece, por fin, una mujer sin dudas, fuerte y capaz de dar a conocer su persona a través de su personalidad, imponente, que no autoritaria; dulce, que no almibarada; bella, que no mera postal. Porque Samanta es todo eso y mucho más en esta nueva novela, en esta nueva joya, más allá de la razón que otorga el corazón. Concibiendo una nueva historia para Samanta con un trasfondo onírico y un final védico.
Conocí a Inmaculada por medio de su primera novela y sentí una armonía sensacional cuando pudimos sonreírnos mutuamente en la pasada Feria del Libro de Málaga. Ella me dijo (perdón por hacer público un extracto de nuestra conversación) que vibrábamos en la misma nota y que empastábamos bien. Nos caímos mejor que ese mero bien desde el primer momento, somos algo así como la stratocaster de Mark Knopfler y el saxo tenor de Mel Collins cuando se unen en la parte final de Sultans of swing, con afinaciones diferentes, pero un fin común: la belleza a través de nuestros dedos, porque Inmaculada Díaz Cacheiro nos muestra toda la beldad que atesora transparentándola en Samanta, que ha pasado de saberse dubitativa entre la razón y el corazón a vivir, aunque haya sombras que deban trascender primero.
Les dejo con esta belleza hecha de palabras y de un millón de experiencias de alguien que las ha sabido convertir una maravillosa novela. Disfrútenla, por favor.
Carlos A. Ibáñez Giralda
“Una obra no se acaba nunca. Se abandona”. Eso opinaba Miguel Ángel, toscano duro de pelar y aguerrido defensor de su trabajo. Pues esta sensación me ha recorrido durante toda la novela de Inmaculada Díaz Cacheiro, que es una de esas autoras capaz, como decía Flaubert del buen novelista, de ser como Dios, estando en todas partes y que no se le vea en ninguna. A mí me enloquece su uso de idénticos personajes para la composición de novelas tan abiertamente distintas, como unas Meninas de Picasso frente a las originales de Velázquez. Juega, en la primera, la ineludible Yo puedo: entre la razón y el corazón, a contarnos una historia de superación personal de una mujer harta de ser marioneta en manos de lo que la sociedad espera de uno en lugar de tomar las riendas de su propio destino, jugando con elementos como el doppelganger, el realismo mágico o un mecanismo común en esta segunda novela sobre la brillante, aunque insegura a ratos, Samanta: el retrato, afortunadamente aquí no hay Dorian Gray, aunque sí elementos de maldad humana, sin abandonar el trasfondo dickensiano del florecimiento del talento, por muy oculto que lo hayamos escondido, como le pasa a Pipp en Grandes Esperanzas; ni la tiranía en derredor nuestro al estilo de Nabokov, siempre visto en matices, pero sintiéndose hasta retumbar en ambas novelas, en la primera más sutil, como ese abominable Clare Quilty de Lolita; en la segunda terriblemente sajadora, con un personaje merodeador y miserable, como el dictador de Barra Siniestra, que poco aparece, pero siempre está presente.
Y en esta segunda entrega: Samanta, el trascender de las sombras, nos muestra, mientras juega con el lector a quién es quien, esa frase tan del clasicismo griego de que “la belleza nos salvará”. Ésta desenmaraña su yo social frente a esa liberación del yo más personal e íntimo que nos regala en la primera novela.
Samanta es una luchadora y no concibe su vida sin un afán de superación constante, entre su rutina y su deseo de quebrarla; entre números en tablas de Excel y versos medidos, nacidos de eso que sólo los poetas poseen: alma. Y aquí su historia nos muestra rasgos psicológicos, del yo íntimo además del yo social, de todos los personajes aparecidos en la primera historia hasta convertirlo en un thriller en esta segunda obra. Como dijo Bukowski, el final es feliz sólo porque alguien decidió parar de escribir ahí. Pero Inmaculada gira el tornillo y nos cuenta que se puede ser mucho más feliz e inmensamente peor persona. Donde la felicidad le corresponde a la incansable Samanta, aunque debe ganársela, una vez más, a pulso; y la maldad a oscuros personajes de ese pasado que le asaltó hasta centrar su vida y obra en la Manhattan medieval de Toscana: San Gimignano. A veces logra que los aromas y tactos de esa tierra se entremezclen con la lectura, cosa que quiero destacar desde aquí. Pero me obliga, como lector, a pensar en obras pictóricas mucho más barrocas o academicistas que las del último Medievo tan próspero en Florencia y alrededores, Cimabue, Giotto, Piero dela Francesca o Mantegna no aparecen en mi iconografía al leer e hilar ambas novelas y me viene Roberto Ferri y su amor entre Dante y Beatriz, cuando el amor es carnal, y Bruno Vepkhvadze, cuando éste se convierte en ternura y búsqueda de respuestas que la razón nos exige, pero que el corazón pide obviar.
Y, así, entre los grattacieli de San Gimignano, sus moradores y bellezas, amén de su relación íntima con un librero, otro doppelganger para redondear la historia, aparece la fastuosa Florencia, ciudad capaz de provocar hasta un síndrome psíquico por su belleza, que se lo pregunten a Stendhal, y la librería donde su editor español y su editor italiano pretenden presentar su primera novela. Hay países donde no hay que salir en televisión para poder vivir de tus libros, e Inmaculada lo deja apuntado en esta nueva visita al universo de Samanta, quien sigue inmersa en la locura que es vivir, desde la vesania de cómo le asaltó la tragedia de Alessia y Mario, cuando aún Samanta desconocía la frase de Poe de que “no todo el mundo posee el privilegio de estar loco” ni, mucho menos esa de Jim Morrison que resuena en esta segunda novela: “no estoy loco, tan sólo interesado en la libertad”.
Por si fuese poco, nos expone personajes mencionados de soslayo en Yo puedo y nuevos que amalgaman ambas historias y cincelan, aún más, la personalidad de Samanta, quien parece, por fin, una mujer sin dudas, fuerte y capaz de dar a conocer su persona a través de su personalidad, imponente, que no autoritaria; dulce, que no almibarada; bella, que no mera postal. Porque Samanta es todo eso y mucho más en esta nueva novela, en esta nueva joya, más allá de la razón que otorga el corazón. Concibiendo una nueva historia para Samanta con un trasfondo onírico y un final védico.
Conocí a Inmaculada por medio de su primera novela y sentí una armonía sensacional cuando pudimos sonreírnos mutuamente en la pasada Feria del Libro de Málaga. Ella me dijo (perdón por hacer público un extracto de nuestra conversación) que vibrábamos en la misma nota y que empastábamos bien. Nos caímos mejor que ese mero bien desde el primer momento, somos algo así como la stratocaster de Mark Knopfler y el saxo tenor de Mel Collins cuando se unen en la parte final de Sultans of swing, con afinaciones diferentes, pero un fin común: la belleza a través de nuestros dedos, porque Inmaculada Díaz Cacheiro nos muestra toda la beldad que atesora transparentándola en Samanta, que ha pasado de saberse dubitativa entre la razón y el corazón a vivir, aunque haya sombras que deban trascender primero.
Les dejo con esta belleza hecha de palabras y de un millón de experiencias de alguien que las ha sabido convertir una maravillosa novela. Disfrútenla, por favor.
Samanta aprendió que la razón puede alimentarse de creencias impuestas, mientras que el corazón responde a emociones que atienden a sus propios deseos, abriéndole así las puertas hacia un cambio en su vida, sin dañar a los demás. Creciendo como escritora, el destino hace que se entrecrucen diversos personajes a los que el pasado, de forma inexorable, les cubre con una sombra que les condiciona llevándoles a repetir una historia que no les pertenece. Pero nadie está a salvo de perder su propio equilibrio, y Samanta se ve involucrada en una coyuntura que nada tenía que ver con ella, pero que las circunstancias la convierten en el nexo principal. Sin escapatoria, todos se ven obligados a vivir una dramática experiencia cuyo final solo depende de saber despojarse de un nocivo legado.
- Escritor
- Inmaculada Díaz Cacheiro
- Materia
- (V) Salud, relaciones y desarrollo personal, (F) Ficción y temas afines
- Idioma
- Castellano
- EAN
- 9788412607932
- ISBN
- 978-84-126079-3-2
- Páginas
- 204
- Ancho
- 15 cm
- Alto
- 21 cm
- Edición
- 1
- Nivel de lectura
- Lectura recreativa
- Fecha publicación
- 11-11-2022