Reminiscencias
Lola Alcaide BáezAntonio Bernal Blanco
Las reminiscencias pueden ser forjas en caliente y yunques empecinados en llorar a mares, o quizá barro para modelar cuencos de arcilla, mucho más serenos como el amanecer cuando el paseo de la farola acababa en la farola. La razón de este libro es la ausencia, pero son sensaciones porque no hubo ausencia del todo. Fue el primer campamento de verano, una fiesta en la intensidad de la encarnación y luego, durante muchas páginas, un decorado intenso como un enfermo imaginario de dedos blancos, entre luces. Lo que se escribe no es siempre lo que se piensa, si así fuera no existirían los poetas. Reminiscencias es un catecismo engendrado en piedras en una loca sinfonía afortunadamente inacabada. En este libro no hay amor viscoso, ni resentimiento porque no le duele haber amado. Sabe que el cielo siempre está al alcance de sus manos como una sombra permanente en días calurosos de abruptos silencios que le recuerdan la fuente de la que bebió una noche con azahares cerca acunados por El viento de una noche que se adormecía en una luz pálida. Sintió que daba un paso hacia la nada cuando las aristas, que fueron excelentes actores de reparto, interpretaron un viento frío en un supuesto epílogo que solo fueron puntos suspensivos, porque el amor es impreciso y mucho más imprecisos son los recuerdos. Si no fuera de ese modo no ensalzaríamos batallas, ni conmutaríamos cadenas perpetuas porque el oficio del justo es allanar consciencias. En Reminiscencias Lola Alcaide nunca perdió los hilos y ha sabido tejer sobre las sombras, y sobre aquellas luces repentinas, efímeras en algún caso, sonrisas que se agolpan y labios que se ofrecen al día a día con los desesperantes latidos de un nonato; todo por delante, briosos e indemnes al mundo de la ira.
Ahora, entre todos, hemos atrincherado las reminiscencias entre los impalpables ríos de versos, en laberintos de tallos de lino ofrecido a nuevas palabras luminosas, y de sus semillas pintar los mejores cuadros impresionistas llenos de color y formas indefinidas, suaves y maduros como los ojos que miran inclinados al mar. Alrededor de lo impalpable solo queda levantarse y en el umbral de sus tardes que nunca serán lentas ni vacías, copular con sus futuras flores en la ventana lejos de las añoranzas y con sus ojos de par en par, como lechuzas, para no permitir que un solo velo entre amores y desamores le impidan seguir curioseando entre las estrellas, porque no hay poeta ciego más allá de los límites, crueles a veces, de nuestras propias almas. Si alguna vez le brotó la cólera fue por el peso desmedido del desprecio ante escenas que la intuyeron insegura, como viejos carteles de películas dibujadas por rotulistas torpes. Calló, abrasada por sus propios silencios, para no entorpecer el rumbo de una caravana, lenta y abatida como toda caravana de rumbo incierto y dudoso porvenir. Y si alguna vez se rompió fue porque su mapa de colinas y ríos mansos —entre sus silencios que nunca fueron dóciles sino tolerantes— le clavaron picas ardientes en sus preguntas, soldados voluntarios traicionados y rotos donde brotan los manantiales, en lo más íntimo. Hay reminiscencias que son llagas, aunque en este libro son esperanzas y las apaciguan en parte. No hay en Lola Alcaide Báez más doblez que la de sus palabras escritas y la de sus labios que expresan de manera contrahechas lo que sus versos recogen en dedos elegantes y manos melancólicas. Por ello, solo por ello, pocos hemos podido destilar del helor, de herrumbrosas bisagras a veces, el más dulce de sus versos cuando los pasa a papel y los hacemos propios, y, como en la fiesta de las luminarias, solo cabe la luz.
Antonio Bernal Blanco
Las reminiscencias pueden ser forjas en caliente y yunques empecinados en llorar a mares, o quizá barro para modelar cuencos de arcilla, mucho más serenos como el amanecer cuando el paseo de la farola acababa en la farola. La razón de este libro es la ausencia, pero son sensaciones porque no hubo ausencia del todo. Fue el primer campamento de verano, una fiesta en la intensidad de la encarnación y luego, durante muchas páginas, un decorado intenso como un enfermo imaginario de dedos blancos, entre luces. Lo que se escribe no es siempre lo que se piensa, si así fuera no existirían los poetas. Reminiscencias es un catecismo engendrado en piedras en una loca sinfonía afortunadamente inacabada. En este libro no hay amor viscoso, ni resentimiento porque no le duele haber amado. Sabe que el cielo siempre está al alcance de sus manos como una sombra permanente en días calurosos de abruptos silencios que le recuerdan la fuente de la que bebió una noche con azahares cerca acunados por El viento de una noche que se adormecía en una luz pálida. Sintió que daba un paso hacia la nada cuando las aristas, que fueron excelentes actores de reparto, interpretaron un viento frío en un supuesto epílogo que solo fueron puntos suspensivos, porque el amor es impreciso y mucho más imprecisos son los recuerdos. Si no fuera de ese modo no ensalzaríamos batallas, ni conmutaríamos cadenas perpetuas porque el oficio del justo es allanar consciencias. En Reminiscencias Lola Alcaide nunca perdió los hilos y ha sabido tejer sobre las sombras, y sobre aquellas luces repentinas, efímeras en algún caso, sonrisas que se agolpan y labios que se ofrecen al día a día con los desesperantes latidos de un nonato; todo por delante, briosos e indemnes al mundo de la ira.
Ahora, entre todos, hemos atrincherado las reminiscencias entre los impalpables ríos de versos, en laberintos de tallos de lino ofrecido a nuevas palabras luminosas, y de sus semillas pintar los mejores cuadros impresionistas llenos de color y formas indefinidas, suaves y maduros como los ojos que miran inclinados al mar. Alrededor de lo impalpable solo queda levantarse y en el umbral de sus tardes que nunca serán lentas ni vacías, copular con sus futuras flores en la ventana lejos de las añoranzas y con sus ojos de par en par, como lechuzas, para no permitir que un solo velo entre amores y desamores le impidan seguir curioseando entre las estrellas, porque no hay poeta ciego más allá de los límites, crueles a veces, de nuestras propias almas. Si alguna vez le brotó la cólera fue por el peso desmedido del desprecio ante escenas que la intuyeron insegura, como viejos carteles de películas dibujadas por rotulistas torpes. Calló, abrasada por sus propios silencios, para no entorpecer el rumbo de una caravana, lenta y abatida como toda caravana de rumbo incierto y dudoso porvenir. Y si alguna vez se rompió fue porque su mapa de colinas y ríos mansos —entre sus silencios que nunca fueron dóciles sino tolerantes— le clavaron picas ardientes en sus preguntas, soldados voluntarios traicionados y rotos donde brotan los manantiales, en lo más íntimo. Hay reminiscencias que son llagas, aunque en este libro son esperanzas y las apaciguan en parte. No hay en Lola Alcaide Báez más doblez que la de sus palabras escritas y la de sus labios que expresan de manera contrahechas lo que sus versos recogen en dedos elegantes y manos melancólicas. Por ello, solo por ello, pocos hemos podido destilar del helor, de herrumbrosas bisagras a veces, el más dulce de sus versos cuando los pasa a papel y los hacemos propios, y, como en la fiesta de las luminarias, solo cabe la luz.
Reminiscencias sumerge al lector en una historia de amor; en una experiencia cargada de ilusión que no va más allá, pero donde hay unos sentimientos que se van desgranando y madurando en el tiempo acercando a la realidad vivida y dejando un sabor dulce en el recuerdo.
- Escritor
- Lola Alcaide Báez
- Materia
- (C) Lenguaje y lingüística
- Idioma
- Castellano
- EAN
- 9788412607925
- ISBN
- 978-84-126079-2-5
- Páginas
- 72
- Ancho
- 15 cm
- Alto
- 21 cm
- Edición
- 1
- Nivel de lectura
- Lectura recreativa
- Fecha publicación
- 08-11-2022